La sombra de la Navidad

Cuando llegan las fiestas navideñas muchas personas resuenan con tiempos de alegría y de compartir en familia, de regalar y de ser sorprendidos.
Culturalmente celebramos la Navidad en base a motivos religiosos y cristianos: el nacimiento de Jesús. Según los escritos y como guiño a los Reyes Magos, tenemos la tradición de hacernos regalos.
Las calles se iluminan cada año de manera distinta y los colores visten las noches de invierno. Las casas y los comercios se decoran con motivos alegres y la ilusión, sobre todo en los niños, crece a medida que entramos en las fiestas.
Aparentemente estamos llamados a compartir, a celebrar el amor que nos une en familia, a dejar de lado las diferencias y permanecer juntos. La publicidad también hace mucho hincapié en estas cuestiones.
Sin embargo, no todo en esta época está relacionado con la dicha y la ilusión. Tras muchos años ejerciendo como terapeuta me he encontrado con voces disonantes al arrullo generalizado, voces llenas de sufrimiento que quedan apagadas entre zambombas, panderetas y villancicos.
La sombra de la Navidad se proyecta psicológicamente sobre muchas personas que emocionalmente no pueden sostener tantas luces y comidas.
Un ejemplo de ello son aquellos quienes han pasado recientemente por un duelo o quienes no han podido aún superar la pérdida de un ser querido a pesar del tiempo transcurrido. Las fiestas les ponen por delante su dolorosa ausencia. Y ante estas fechas del año es muy difícil huir o desviar la mirada hacia otro lado para no sentir.
Hay casas donde esas sillas vacías atormentan los corazones de los presentes. La simple idea de vivir dicha ausencia pone en jaque a quienes han de encarar el duelo. Esto no hace buena o mala a la Navidad, simplemente que a muchos les duele.
A veces, de hecho, puede favorecer el proceso del luto, siempre y cuando la persona se encuentre con las herramientas y/o la ayuda necesaria para transitar el dolor y recolocar la pérdida.
Pero no siempre es así, pues hay quienes no encuentran salida a su sufrimiento y todas estas celebraciones no hacen más que generar internamente una tensión emocional que la propia persona no está preparada para sostener o no quiere resolver.
En ocasiones incluso puede tener un efecto adverso al esperado cuando se trata de animarlos a que sean felices y traten de disfrutar, pues se pone de relieve la distancia que existe entre la situación emocional real y el supuesto social de alegría y júbilo.
Estas personas se ven forzadas a cumplir expectativas y tener que dar la talla, a ocultar su sufrimiento o dolor tras una sonrisa fingida por tal de ser aceptados en el ámbito familiar y social.
Es más, por mucho que el imperativo cultural nos anime a dejar las diferencias de lado, no todo el mundo está preparado para esto. Es por ello que las reuniones forzadas estallan en conflictos y reproches donde se pone de manifiesto que las relaciones no son tan maravillosas ni están tan saneadas como nos muestran los anuncios de turrones.
En definitiva, las expectativas no se cumplen. Existe la impronta social de que TENEMOS que estar en familia. Muchos sienten la obligación de tener que pasar por este aro. Y eso también conlleva consecuencias psicológicas y relacionales.
Aquel que abre su corazón al encuentro está dispuesto a vivir espontánea y genuinamente la experiencia. Sin embargo, quienes necesitan recogerse o cerrarse al mundo pasan por esta experiencia con mucho sufrimiento y conflicto.
Tampoco se nos pueden olvidar aquellas personas que se sienten solas. Nuevamente, la Navidad es un recordatorio de lo que podría ser la vida para ellos , lo cual les hace ahondar más en su herida.
Nos encontramos ante fiestas religiosas que se tornan paganas para muchos, abiertas a un consumismo desmedido donde se ha convertido en costumbre jugar con la inocencia de los niños, quienes esperan ver recompensados sus esfuerzos por ser “buenos” con muchos regalos.
Sí, es tradición y es algo normal, pero ¿qué ocurre con ellos cuando descubren que el mundo les ha mentido en torno a la figura de Papá Noel o los Reyes Magos? ¿Cómo les mina esto en la confianza o en el autoconcepto?
¿Estamos favoreciendo un crecimiento basado en la educación amorosa o en la condicionalidad? ¿Regalar es un acto de amor o de obligación? ¿Necesitamos realmente un día señalado en el calendario para demostrar nuestro afecto?
Estas son algunas cuestiones para que cada cual encuentre sus propias respuestas. No existe una única verdad, sino la que cada uno halle en su interior.
Sobre Antonio de la Torre
Psicólogo responsable y fundador de Terapia Humanista.Pasa consulta en el centro desde sus inicios. Participa de forma activa en la expansión de conciencia a través de su labor como psicoterapeuta gestalt y transpersonal, sirviéndose de grandes herramientas terapéuticas como el eneagrama, ICV, SHEC o EFT.