Si miramos a nuestro alrededor durante el día a día, ya sea a través de los telediarios, prensa, noticias o comentarios de otras personas, es fácil que nos contagiemos de pensamientos negativos, emociones intensas de tristeza, rabia, desesperación, desilusión o miedo.
¿Qué suele ocurrir cuando encendemos la televisión y ponemos el telediario? Pues que nos llega una avalancha de información que nos puede llegar a quitar el hambre o el sueño. A continuación, pensamientos parecidos a “¡este mundo se está yendo al traste!” suelen pasar por nuestra cabeza.
Nos vamos a dormir con imágenes fuertemente desagradables grabadas en nuestro cerebro, imágenes que años atrás no se emitían o que, al menos, avisaban que “pueden dañar la sensibilidad del espectador”.
Tal y como están las cosas, parece que a más sangre, más violencia o más dolor se vea, más audiencia reciben las cadenas televisivas.
Esto suele deberse al impacto que nos produce ver aquello que nos zarandea y nos mueve al miedo. Impresiona ponerle cara a una víctima mortal y se nos mueven muchas de las emociones que normalmente pretendemos ignorar en nuestro devenir por la vida.
Sin embargo, no es necesario pasar por todo esto. ¿Qué sentido encuentras en someterte a conocer todo el “cáncer” que se mueve en la sociedad? Y lo que es más importante, ¿cuántas veces somos conscientes de los avances?
Quizás las noticias nos hablen de enfermedades contagiosas, gripes, etc; pero ¿cuándo nos han bombardeado con la buena nueva de que dichas enfermedades ya se han erradicado o, al menos, controlado? ¿Cuántas mujeres del tercer mundo que han sido salvadas de lapidación han salido en las noticias? ¿Cuántos progresos en relación al hambre en los países pobres son dados a conocer por la televisión habitualmente? ¿Por qué sabemos más de la familia Kennedy que no de los misioneros, profesionales y voluntarios que han entregado su tiempo y cariño al cuidado de los demás?
Bajo todo el manto de negatividad, hay una sociedad llena de luz y amor. Hay actos terroríficos, pero también los hay amables y bondadosos.
Poco a poco, se va produciendo un despertar de conciencia colectiva que nos lleva a parar y observar nuestras vidas, nuestras necesidades y relaciones. Con cada paso que damos hacia una vida más plena, más iluminamos nuestro entorno. Cuando un padre o un hijo aprende a perdonar, toda la familia respira con mayor profundidad. Se produce el milagro del amor.
En el camino personal de cada uno nos encontramos con muchos momentos difíciles, obstáculos que nos ponen a prueba, relaciones tormentosas o desestructuradas. Uno de los muchos caminos hacia la sanación y la calidad de vida es la terapia humanista o la transpersonal, ligados al crecimiento integral de la persona.
¿Cómo pretendemos querer cambiar a nuestro padre, hijo, pareja o amigo si no somos conscientes ni si quiera de la forma en que nos movemos nosotros mismos por el mundo?
Desde Terapia Humanista te propongo un volver a nacer a la vida, mirar el mundo con otros ojos, disfrutar de cada día viviendo en plenitud y paz. No vale con mirar los desperfectos de los demás, tan sólo poner tu voluntad en mejorar personalmente, a través de la atención plena y la toma de conciencia. Sólo tú eres responsable de tu vida. ¡Aprende a vivir desde el amor!
Uno a uno podemos cambiar el mundo. Ya se está consiguiendo. Tan sólo te invito a que abras los ojos y tú también te unas a este abrazo a la humanidad.