Hace ya diez años que soy psicólogo y puedo decir abiertamente que siento como un regalo poder acompañar a tantas personas de tan diferente naturaleza por el camino del crecimiento personal.
Hay quienes todavía ven como algo grave acudir al psicólogo. Es curioso pues, yo que empecé yendo a terapia con 16 años, cada vez que escucho que alguien lleva un tiempo yendo al psicólogo me hace esbozar una sonrisa.
Lo primero que pienso es que esa persona posiblemente se sienta mucho más en paz que en otros momentos de su vida, que tiene la valentía para afrontar sus miedos y que, posiblemente, se conozca mucho mejor y le resulte menos agravante vivir esta vida con sus continuos altibajos.
Algunas de las personas que van a terapia reconocen la dificultad que les ha supuesto tomar esta decisión. Por lo general, han esperado primero a que pase el tiempo para ver si su situación problemática se estabilizaba por sí sola.
También han intentado solucionarlo todo por sí mismos para evitar la incomodidad de mostrarse vulnerables ante nadie (¡cómo si el sufrimiento humano fuese algo reservado a unos pocos desgraciados!).
La solución muchas veces no pasa por darle mil vueltas al problema y terminar rallados. Por mucho que nos autoanalicemos, tenemos una serie de trampas mentales y emocionales que nos impiden en gran medida ver la salida que nos sana. ¿Por qué si no solemos caer una y otra vez en lo mismo?
Por ejemplo, podemos pasarnos toda una vida escogiendo el camino de la derecha para terminar topándonos de frente con una pared. Cada vez que nos encontramos de nuevo ante esta disyuntiva, volvemos a “elegir” de nuevo ir hacia la derecha. Además, nuestra mente se llena de cien argumentos lógicos para hacernos creer que esta vez sí que sí la derecha es nuestra opción. Y “pum”, de nuevo la pared.
Nos creemos libres. Nos sentimos libres. Pero, ¿somos libres? ¿Cómo se explica sino que el hombre sea el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra?
La respuesta podría ser simple: la mente. Y también el ego. Desde que venimos a este mundo todos y cada uno de nosotros hemos desarrollado una forma de ser como forma de sobrevivir al dolor y a los miedos que se generan en nuestro interior al interaccionar con nuestro entorno.
El ego es precisamente esta estructura interna que se alimentó del miedo para sobreprotegernos del dolor. Esa parte de nosotros que da sentido a la frase de “la cabra al final siempre tira para el monte”.
Se trata pues de una perspectiva mental, emocional y visceral rígida donde perdemos la capacidad de discernir lo que realmente necesitamos.
Por ejemplo, un niño pequeño que encuentra la manera de sentir el cariño de sus padres a través de sus chistes y monerías, puede terminar por ver el mundo como un lugar donde pasarlo bien y no entenderá la frustración y el dolor como parte de la vida. A través de su experiencia creará un ego “positivo”, donde la risa y ser el alma del grupo se convertirá en su jaula.
Sin embargo, al no poder incluir lo doloroso, se verá abocado a caer una y otra vez en los mismos problemas, como por ejemplo el llamado síndrome de Peter Pan, quien nunca ve el momento de dejar de jugar para así tomar responsabilidad sobre sí mismo y sus verdaderas necesidades.
Es por esto que, cuando aún escucho a quienes asocian ir al psicólogo con tener una enfermedad mental o simplemente con estar loco, me apena por el daño que pueden hacer a todos aquellos que se lo plantean y aún no han tenido la oportunidad de pasar por esta experiencia de expandirse y liberarse de muchas de sus barreras y miedos.
La inmensa mayoría de mis pacientes son personas normales y corrientes, sin ningún tipo de trastorno psiquiátrico. Acuden a terapia porque han decidido que no quieren seguir sufriendo, porque quieren tomar las riendas de su vida y mejorar su bienestar personal.
Todo esto hace que la persona sienta mayor satisfación con cada toma de conciencia que hace sobre sí mismo, en un espacio sin juicios donde el terapeuta se convierte en su acompañante y es testigo de su avance.
Tal como decía Friedich Nietsche: “aquellos que eran vistos bailando eran considerados como locos por quienes no podían escuchar la música”
La terapia es para los valientes, no para los locos. Desde aquí mi más profundo agradecimiento a todos los que “bailan”, a quienes han sido mis terapeutas y a todas las personas que me ha elegido como su acompañante. Gracias por llenar de sentido mi trabajo y gran parte de mi vida.