Todos tenemos una idea particular cuando hablamos del concepto de autoestima. Solemos definirla de manera general como la forma que tenemos de querernos a nosotros mismos.
Si bien es cierto que la autoestima está directamente relacionada con el amor, hay veces que la confundimos con una pose ante el mundo, con una imagen que desprender ante los demás. Sin embargo, todo lo que nace de la imagen o de la atención puesta en la mirada del otro dista mucho del amor.
Quererse a uno mismo no conlleva tener que demostrar nada a nadie, ni cambiar siquiera el concepto que otros tienen de nosotros. Al amarnos, estamos en paz y nos sentimos plenos.
Descubrimos nuestro valor propio y colocamos nuestra felicidad en el interior, por lo que abandonamos cualquier impulso por querer agradar o hacer que la otra persona se marche de nuestro lado con un “buen” concepto de nosotros.
Esto no quiere decir que cuando se potencia la autoestima nos desconectamos de los demás, sino que empezamos a entender la prioridad que supone el hecho de cuidarnos y dejamos así de fomentar nuestra lucha interior basada en la no aceptación de nuestra propia naturaleza.
Más allá de lo que muchos creen, todos tenemos en mayor o menor medida problemas de autoestima, por lo que la idea de aprender en un espacio terapéutico es beneficioso para cualquiera en realidad.
Esto es así debido a que, por motivos de supervivencia, cada persona nos hemos creado un personaje para movernos por el mundo desde que somos pequeños.
Ese personaje está basado en el miedo, derivado de la ausencia de amor y de las experiencias dolorosas en nuestras vivencias, por lo que cada vez que ponemos el piloto automático y nos dejamos llevar por él nos desconectamos del amor esencial.
Hay que entender que al igual que existen estructuras de carácter que se muestran débiles o empobrecidas, otras se basan en una falsa felicidad que en su momento les ayudó a que los golpes de la vida nos les afectaran tanto (recordemos a Isabel Pantoja siendo acosada por los medios de comunicación y cómo le decía su pareja que sonriera sin hacerles caso “Dientes, dientes, eso es lo que les jode”).
Quererse, como hemos dicho, implica estar en paz con uno mismo, lo cual no quita que nos afecte lo que ocurre en nuestro entorno, pues seguimos siendo seres sensibles y a veces es necesario poner límites a lo que nos causa dolor y, en otras ocasiones, defendernos y poner distancia de aquellos quienes no nos respetan.
La vida es un continuo tira y afloja en muchos sentidos. Tal y como dice Ángeles Mastretta, escritora mexicana: “las olas son como los problemas: a veces uno los libra saltando, a veces hay que hundirse en ellos y tomarlos por abajo para salir bien librado y, a veces, es imposible evitarse la revolcada”.
Tener autoestima, por tanto, no significa lucir siempre una sonrisa. Tampoco implica ser impolutos en nuestra manera de reaccionar. Amarse conlleva en muchas ocasiones conectar con lo que es saludable para uno mismo, aunque para conseguirlo sea necesario ponerse firme.
Vamos a dejar que nos duelan las cosas. No pasa nada, sólo es dolor. Luchar contra aquello que nos afecta y aparentar fuerza nos desconecta del amor hacia nosotros mismos y nos quita del camino del autocuidado, haciéndonos enfermar, restando paz y tranquilidad.
En conclusión la autoestima depende de la capacidad para conectar con nosotros mismos y tomar conciencia así de nuestras necesidades, emprendiendo de forma coherente las acciones necesarias para preservar la paz interior.
Debido a que nuestras necesidades cambian a menudo y a que no todos somos iguales, la autoestima no entiende de modelos a seguir en función de un prototipo, sino de esa escucha interior y de apreciar lo sagrado de esa vulnerabilidad dentro de nosotros que nos necesita como cuidadores y dadores de amor.