Si bien cada persona es un mundo y su complejidad es imposible ser entendida al completo por la ciencia, seguimos siendo animales y formamos parte de la naturaleza. Esto nos lleva a estar regidos pues por una serie de leyes naturales que explican parte de nuestra realidad y de nuestras vivencias.
Desde los inicios de la psicología se ha entendido el cerebro como el órgano principal y más complejo de nuestro organismo, la sala de operaciones donde se registra y se modula nuestra experiencia física, psíquica y emocional.
Cada vez son más los progresos que se van haciendo en el campo de la neuropsicología, disciplina que estudia la relación que existe entre el comportamiento del ser humano y la configuración y funcionamiento de nuestro cerebro.
Un ejemplo de dicho progreso lo encontramos en toda una nueva corriente de técnicas terapéuticas que integran la neuropsicología con la psicoterapia aplicada.
Podemos dividir el cerebro en dos partes fundamentales: los hemisferios. Cada cual tiene su propia forma de percibir la realidad, en base a las funciones y procesos cognitivos y emocionales en los que se especializa.
El hemisferio izquierdo es el más analítico y deductivo, el que abandera la lógica y construye su realidad en base al funcionamiento del lenguaje. Desde que el ser humano empieza a manejar el habla, podemos decir que comienza a tener una predominancia del hemisferio izquierdo de su cerebro.
Por otra parte, el hemisferio derecho está más conectado con la realidad emocional de la persona. Entiende la vida desde unos parámetros más abstractos y subjetivos, permitiendo por ejemplo construir una realidad propia en base a lo artístico, la fantasía, la creatividad o lo intuitivo.
Así pues, cabe considerar que nuestro cerebro está regido por dos núcleos diferenciados, como si fueran dos mentes en paralelo procesando la realidad de formas dispares. Aunque bien es cierto que los hemisferios no son completamente autónomos e independientes el uno del otro, sino que están en constante comunicación.
El cuerpo calloso es una parte central e interna de nuestro cerebro que une los dos hemisferios a través de multitud de neuronas. Puede visualizarse como un puente que comunica ambas partes del cerebro.
La comunicación interhemisférica es la base de la sincronización cerebral, es decir, la capacidad de nuestro cerebro para poder actuar como un todo. Esta comunicación nos permite la integración de las vivencias en nuestro organismo, la capacidad de asimilar lo que nos ocurre de forma satisfactoria.
Cuando este diálogo entre los dos hemisferios no se produce o se encuentra muy limitado, comenzamos a percibir una serie de problemas en nuestro organismo. Por ejemplo, desde el ámbito psicológico, el trauma emocional se explica precisamente en base a esta falta de integración de la experiencia a través de la sincronización interhemisférica.
A nivel neuropsicológico, un trauma es una red neuronal aislada en el hemisferio derecho, aislada del otro hemisferio. Para el hemisferio derecho, toda experiencia se vive como si fuera una novedad. Cuando esa experiencia se comparte con la forma de procesar la información del hemisferio izquierdo, las sensaciones se regulan y volvemos a un estado normalizado en nuestro organismo.
Si nos dan un susto, nuestra primera reacción por lo general es sobresaltarnos. Cuando esa información es procesada por el hemisferio izquierdo, podemos analizar lo que ha pasado e integrarlo, lo que nos lleva a no considerar ese susto como una amenaza real.
¿Qué ocurre cuando una experiencia que nos ha sobrecogido no es contrastada lo suficiente entre ambos hemisferios a través del diálogo que mantienen? Cabe la posibilidad de que dicha experiencia no se integre en nuestro organismo y queda aislada en nuestro hemisferio derecho.
Esto conlleva que, cada vez que se activa dicha red neuronal traumática ante algo que ocurre en nuestro entorno, el cerebro lo interpreta como una novedad y, ante la incapacidad de contrastar esa información con el hemisferio izquierdo, el “susto” no se nos pasa, sino que nos afecta una y otra vez.
La forma de solventar este problema pasa por restablecer la comunicación interhemisférica para permitir que la vivencia se pueda contrastar entre las dos partes del cerebro y, por lo tanto, integrarla en nuestro organismo.
Para ello, surgen en el mundo de la psicología nuevas técnicas que ofrecen precisamente estos recursos para integrar las experiencias dolorosas o traumáticas, así como para erradicar o mejorar considerablemente el malestar que podemos sufrir de muchas formas: ansiedad, miedo, angustia, fobias, tristeza, rabia, sensación de ahogo, de opresión…
La ICV nos llega desde Estados Unidos de la mano de Peggy Pace, psicóloga especializada en traumas de abandono y abuso en la infancia. Por otro lado, SHEC es una herramienta perfilada por Maruxa Hernando y basada a su vez en una gran variedad de recursos, donde se integran diversos métodos de trabajo (TIC, EMDR y EFT…).
Desde Terapia Humanista ofrecemos estas herramientas para liberarse de las propias cadenas y mejorar la calidad de vida de las personas. Si te interesa saber más sobre este tema, puedes visitar nuestras secciones de Integración del Ciclo Vital (ICV) o Sincronización de los Hemisferios Cerebrales (SHEC), dos técnicas terapéticas valiosas y muy eficaces que se sustentan en los principios de la neuropsicología.